Niños explotados, niños maltratados y destruidos emocionalmente. Así son los niños trabajadores


Nadie está a salvo. Ni el mayor gigante económico del mundo, Estados Unidos y sus despreciables políticas económicas, entre otras, está libre de pecado (no sería ésto algo de lo que tampoco se libre).
29 de agosto de 2007

oscientos millones en todo el mundo. Eso, al menos, dicen las estadísticas oficiales, las que manejan los analistas laborales. Pero sólo es un cálculo muy optimista de la OIT, el organismo que sobre el papel se encarga del control, la inspección y la denuncia de este cáncer social.

En verdad, el número de niños menores de 15 años -la edad mínima de incorporación al trabajo estipulada por la OIT- obligados de por vida a trabajar por la simple supervivencia, es una de las vergüenzas sociales del planeta.

Nadie está a salvo. Ni el mayor gigante económico del mundo, Estados Unidos y sus despreciables políticas económicas, entre otras, está libre de pecado (no sería ésto algo de lo que tampoco se libre).

Pero los países del llamado sur económico -África, Asia, Latinoamérica- donde la llaga del trabajo infantil es más profunda y dolorosa. Decenas de millones de niños entre 4 y 15 años, casi desde que pueden tenerse en pie, se ven despojados de su infancia y obligados a centrar su existencia en la búsqueda diaria de sustento. De hecho, la misma OIT estima que el 11% de la población activa de Asia -44 millones sólo en la India- y el 17% de la de África están constituidos por niños menores de 15 años.


Las variedades del horror infantil son infinitas. En los países del sureste asiático es moneda corriente la llamada servidumbre por deudas. Un empresario presta dinero a su empleado con la condición de que le reembolse el crédito trabajando gratis para él. Las deudas aumentadas hasta lo imposible por la usura del prestamista, nunca se acaban de pagar y son los hijos del moroso, los que nada más nacer, heredan la obligación de trabajar para el señor -en sus plantaciones de algodón, en sus fábricas de ladrillos, en sus minas, en sus campos e incluso en sus fábricas de zapatillas de marcas muy conocidas y prestigiosas- hasta saldar el débito. Un círculo vicioso que atrapa bajo su inercia fatal de pobreza absoluta y ausencia total de educación a generaciones enteras. Los gobiernos prohíben por ley esta práctica esvlacista, pero la falta absoluta de recursos, una tradición de siglos y la ausencia de alternativas garantizan la supervivencia indefinida de esta forma de explotación del hombre sobre el hombre.

Otros simplemente viven de la calle y en la calle. Organizaciones especializadas calculan que hay alrededor de 100 millones de niños en esta situación en todo el mundo.

Cristian Díaz Fonseca
El Morrocotudo


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