Hungría, internet y el triunfo del activismo


El blog de Enrique Dans. - Las recientes protestas de finales del octubre pasado en Hungría a raíz del intento de establecimiento de un impuesto a la conectividad a través de internet son un ejemplo claro de cómo el activismo bien organizado y ejercido de manera pacífica puede llegar a obtener sus fines.
06 de noviembre de 2014

Un gobierno en sus más altas cotas de popularidad, con un Viktor Orbán recién reelegido el pasado abril para su tercer mandato consecutivo con una mayoría absoluta de más de dos tercios del censo, que de repente decide sacarse de la manga un impuesto a internet expresado en una cantidad aproximada de cincuenta céntimos de euro (150 forints) por gigabyte. Ante el anuncio, una página de Facebook creada para la ocasión, “Cientos de miles contra en impuesto de internet” consigue rápidamente más de doscientos mil seguidores (en un país de unos diez millones de habitantes), y es utilizada para coordinar marchas de protesta nocturnas en las calles en las que los ciudadanos levantan la pantalla encendida de sus teléfonos móviles, obteniendo un efecto sumamente llamativo.

Tras las primeras protestas, que congregaron en la calle a entre treinta y cinco mil y cuarenta mil personas, el gobierno da marcha atrás, y anuncia un recorte del impuesto que impondría un tope máximo de unos 2.26€ por persona y unos 16€ por compañía al mes. Los ciudadanos, sin embargo,vuelven a salir a las calles reclamando la suspensión total de la medida, suspensión que finalmente obtienen cuando el primer ministro anuncia que retira el impuesto porque “no son comunistas y no gobiernan en contra de los ciudadanos“.

El episodio de Hungría, en el que los ciudadanos salen a la calle para defender la red como un canal abierto y libre que no debe bajo ningún concepto ser sometido a restricciones y que debe estar a disposición de la mayor cantidad de gente posible, debe ser interpretada como una señal muy clara: es perfectamente correcto y democrático organizarse y salir a la calle para protestar pacíficamente contra los planes de un gobierno, por popular que este sea, cuando se está en desacuerdo con ellos, y es igualmente correcto y razonable que ese gobierno entienda las protestas y anule sus planes. Las mayorías no son una carta blanca para que un gobierno haga lo que le dé la gana independientemente de los deseos e intereses de los ciudadanos: las medidas gubernamentales y las leyes deben someterse al escrutinio público, y el gobierno debe escuchar la voluntad de las personas, expresada en la calle, en la red o de la manera que sea. Pensar que “tengo mayoría y por tanto puedo dictar las leyes que me dé la gana” supone un carácter esencialmente antidemocrático, una auténtica perversión de la esencia de la democracia: los votos pueden otorgar escaños, pero nunca la verdad absoluta ni la legitimidad para gobernar en contra de los ciudadanos.


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