El secador de pelo más caro del mundo


3.500 millones. El País. - Imaginen la siguiente escena en un restaurante: un país rico llega a comer a un país pobre. A la hora de abonar la cuenta, distrae al camarero y no paga lo que debe. Pero, antes de salir del establecimiento, deja unas monedas a modo de propina.
14 de octubre de 2014

Aunque parezca un chiste, se trata de una de las dinámicas que condenan a los países más empobrecidos del mundo a un desarrollo raquítico: la evasión fiscal por parte de las empresas sin escrúpulos de los países enriquecidos, que eluden cada año una cifra mayor que el capital que los países de la OCDE donan a los países del Sur (casi como una dádiva) en forma de Ayuda Oficial al Desarrollo (AOD).  “Lo comido por lo servido”, podría decirse. Pues de nada sirve el escaso presupuesto destinado a ayuda exterior para los países en vías de desarrollo, si la fuga masiva de capitales por parte de las grandes corporaciones les hace perder cada año sus ingresos legítimos. Los impuestos que les corresponden y que necesitan para construir las bases del Estado social y valerse por sí mismos.

“Hay un edificio en las Islas Caimán que teóricamente alberga 12.000 sociedades mercantiles con sede en EEUU. O bien es el edificio más grande del mundo, o el fraude fiscal más grande del mundo”, dijo en un discurso de 2010 el presidente Obama. Sin embargo, EEUU alberga en su propio territorio uno de los llamados paraísos fiscales (Delaware), y sigue consintiendo el secretismo bancario que caracteriza a estos centros off-shore, al igual que otras conocidas democracias que no obstante dicen regirse por el “imperio de la ley”.

Estos Estados “pirata” sirven de refugio para las fortunas de narcotraficantes, delincuentes financieros, multimillonarios temerosos o simples ricos “vergonzantes”, que ocultan sus tesoros en territorios  como las Bahamas o las Bermudas, en una suerte de recreación moderna de los antiguos corsarios. Las jurisdicciones opacas de estos paraísos les permiten esconder la riqueza ilícita que extraen deshonestamente de los países en desarrollo. El colonialismo sigue operando, hoy por hoy, en forma de empresas fantasma.

“Hijo, tú tienes que ser arquitecto o ingeniero… fiscal”

Pero los piratas de las finanzas mundiales no son solamente los empresarios  defraudadores: existe toda una arquitectura financiera, un entramado de corrupción, sociedades pantalla y blanqueo de dinero, diseñada para evitar el pago de impuestos. Numerosas consultorías y despachos de abogados asesoran a sus clientes, con total naturalidad, sobre las formas más rentables de sortear sus obligaciones tributarias en los países en los que instalan sus filiales. El 69% de las empresas del Ibex 35 está presente, según un estudio del Observatorio de Responsabilidad Social Corporativa, en estos paraísos fiscales poblados por piratas y ladrones.

Los ingenieros fiscales cuentan con numerosas y sofisticadas artimañas para reducir la factura fiscal de las empresas estafadoras. La alteración de los precios de mercado es una de las más utilizadas, a pesar de que sus resultados sean estrepitosamente disparatados: En 2005 EEUU importó 36.000 kilos de café provenientes de Nigeria a un precio de 49 céntimos de euro por kilo, cuando el precio de mercado del café era de 1,68 euros el kilo. Por el contrario, ese mismo año exportó al país africano una remesa de secadores  de pelo a un precio de 2.800 euros cada secador, a pesar de que el precio de mercado de dicho modeloera de 18 euros.

Si el presidente Obama hubiera gobernado por aquel entonces, quizás hubiera dicho en uno de sus discursos que, “o bien se trata (de nuevo) del fraude fiscal más grande del mundo, o estamos ante el secador de pelo más caro del mundo”. Sin embargo, de poco hubiera servido, como de poco servirá la creación de registros de los beneficiarios últimos de las empresas, si estos se mantienen privados.

Y es que una medida de transparencia debe ser necesariamente eso: transparente. Por ello, para perseguir y sancionar este tipo de prácticas criminales, se deben crear registros de propietarios de las compañías, pero deben ser registros públicos, accesibles a los ciudadanos. Sólo así servirán como verdaderos instrumentos de control y rendición de cuentas.

Desde la Alianza Española contra la Pobreza, organizaciones como InspirAction llevamos años insistiendo en que la justicia fiscal es una vía irrenunciable para quienes luchamos contra la desigualdad mundial. Según la ONU, para haber logrado el primero de los Objetivos de Desarrollo del Milenio (la reducción de la pobreza a la mitad para 2015) apenas se necesitaban 30 mil millones de euros -que no se han conseguido. Sin embargo, ese dinero ya estaría disponible, con creces, si se repatriaran los beneficios desleales que las multinacionales evaden cada año al no pagar los impuestos en los países donde desempeñan sus actividades empresariales. Es decir, que el dinero está, pero en las manos equivocadas.

Por ello, en esta Semana de Lucha contra la Pobreza, resulta necesario recordar (y reinventar) el famoso  “Trade, not aid” (“Comercio, no ayuda”), que reclamaban los países en desarrollo durante los años 60. Y es que de nada vale la ayuda si no se cambian las reglas del juego del comercio y de las finanzas mundiales, que perjudican a los países empobrecidos. El Sur no quiere depender eternamente de la AOD, y mucho menos quiere limosnas.

Acabar con el juego sucio de nuestras empresas es una cuestión de justicia.Cualquier persona decente paga la cuenta antes de dejar propina


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