'El capitalismo se transformará totalmente en el siglo XXI'


Cinco Días. - Advirtió en los años noventa de que la creciente productividad que aportan las nuevas tecnologías iba a generar un desempleo estructural insalvable a menos que se redujese la jornada laboral (El fin del trabajo, Paidós, 1995). Comenzó esta década hablando de La Tercera Revolución Industrial (Paidós, 2011), estadio hacia el que nos precipitamos al haber convergido en el tiempo nuevas formas de comunicación y nuevas fuentes de energía (el teléfono, posible gracias a la electricidad, y el petróleo, que ha condicionado a su vez el modelo de transporte, se verán superados por la combinación internet-energías renovables). Jeremy Rifkin (Denver, 1943) completa este año la teoría que esbozó entonces con su nuevo libro, La sociedad de coste marginal cero (Paidós), obra que acaba de presentar en Madrid invitado por la Fundación Rafael del Pino. El influyente pensador destaca en esta ocasión que, por primera vez en la historia, los tres ejes sobre los que se sustentan los modelos de desarrollo (comunicación, energía y transportes) van a estar entrelazados entre sí gracias a internet. Esta nueva situación abre las puertas a lo que el asesor de la canciller Angela Merkel y del premier chino Li Kequiang, entre otros, denomina economía colaborativa.
23 de septiembre de 2014

Pregunta. El libro empieza fuerte. En la primera página dice usted: “...el capitalismo seguirá formando parte del panorama social, pero dudo que sea el paradigma económico dominante durante la segunda mitad del siglo XXI”.

Respuesta. Así es. Nunca pensé que vería esto en vida. Estamos presenciando los primeros trazos de la economía colaborativa. Millones de jóvenes de todo el mundo son prosumidores [productores y consumidores a la vez] que comparten su propia música, vídeos, blogs, libros y otros servicios a un coste cercano a 0. El fenómeno de las universidades a distancia permite asistir a clases de los mejores profesores del mundo a un coste ridículo. Los hogares pueden ser energéticamente autosuficientes y, en algunos países, vender su potencia no consumida. En pocos años, los niños aprenderán a usar las impresoras 3D en las escuelas. Estos días hemos visto en funcionamiento el primer coche impreso con una de estas máquinas. Fíjese que en todos estos casos apenas intervienen empresas.

P. ¿Opina, entonces, que el capitalismo morirá de éxito?

R. La propia esencia del sistema, la famosa mano invisible, se basa en emplear la tecnología para reducir los costes marginales para aumentar la productividad y competitividad. Lo que pasa es que nunca nadie imaginó que llegaríamos a una situación en que los costes marginales fuesen 0 o casi 0. Es la gran paradoja del capitalismo: siempre hemos querido que la mano invisible hiciera su trabajo, pero lo ha hecho tan bien que va a derrumbar el sistema. Se trata del primer cambio de paradigma desde la aparición del capitalismo y el socialismo en el s. XIX. Las fronteras entre el actual sistema y la economía colaborativa son difusas, por el momento se benefician la una de la otra, pero creo que para mediados de siglo el capitalismo se habrá transformado completamente.

“Internet hace posible que el consumidor también pueda ser productor. Eso es una revolución”

P. Menciona en el libro que empresas como Siemens, Cisco o IBM se han interesado por sus teorías. ¿Qué le han preguntado?

R. Se han dado cuenta de que la Segunda Revolución Industrial está definitivamente en sus últimos compases. Una de las señales fue cuando en julio de 2008 el barril de Brent alcanzó los 147 dólares. El crecimiento del PIB se ha ralentizado mucho y el desempleo ha crecido. Estas compañías se interesaron por lo que yo llamo el internet de las cosas [la unión en una misma red de los sistemas de comunicación, energía y transporte]. Los modelos comerciales verticalmente integrados e intensivos en capital, necesarios para poder desarrollar infraestructuras tan caras como las que necesitaba un sistema basado en el petróleo, darán paso a sistemas distributivos que lleguen a todos. Tenga en cuenta que cualquier individuo tendrá acceso, gracias al Big Data, a la misma información que hasta ahora atesoraban las compañías. Se trata de un avance tremendo: todas las personas podrán participar en el sistema económico. Será la democratización de la vida económica.

P. El escenario que plantea suena muy positivo.

R. No lo crea, también habrá muchos desafíos. Todo esto también supone una amenaza a la seguridad, en muy variadas formas. El terrorismo, por ejemplo, gozará de más oportunidades que ahora. Y puede que surjan monopolios, como pasó por ejemplo con AT&T a principios de siglo, la época de la implantación de las líneas de teléfono en EEUU. Quizá habría que plantearse si internet puede ser considerado un bien público y, por tanto, debe regularse de otro modo. Participo activamente en reuniones con la UE para ver cómo se puede mantener la neutralidad de las redes. Google, Facebook y Twitter son servicios sociales globales que parecen monopolios. Generan muchísimo dinero y al mismo tiempo ayudan a colapsar otras industrias, como la editorial o la periodística, en la que usted y yo trabajamos.

P. ¿Qué capacidad de maniobra tendrían las compañías para no quedar apartadas?

R. Creo que tienen que aprender a desenvolverse en los dos modelos. El capitalismo no va a desaparecer. Las casas se pueden imprimir; en China ya hay máquinas capaces de levantar 10 viviendas en 24 horas, pero las grandes infraestructuras todavía se tienen que hacer a la vieja usanza. Y lo mismo pasa con otros muchos productos. La economía digital se va a mover del mundo virtual al físico, y lo va a hacer muy rápido. Un ejemplo clarísimo es la energía. En las renovables, la rentabilidad de las instalaciones es exponencial. Tienen costes fijos altos, pero los marginales tienden a 0. Producir un vatio de energía solar costaba 66 dólares en 1997. Hoy cuesta 66 céntimos. Pero lo más significativo es que hay millones de pequeños productores(cooperativas, viviendas, escuelas…) que pueden poner en común la energía propia y saltarse el yugo de las grandes compañías. Simplemente porque es más barato y existe la tecnología para hacerlo.

“El caso de España es el más trágico del mundo”

Rifkin no oculta su decepción por el cambio de rumbo que adoptó Moncloa respecto a las renovables cuando Mariano Rajoy llegó al poder. “El caso de España es quizá el más trágico del mundo. Durante un tiempo estuvo junto a Alemania liderando la promoción de las energías renovables, pero llegó la gran recesión y volvió a apostar por el petróleo y el gas”, lamenta el que fuera asesor de José Luis Rodríguez Zapatero. “Han perdido cinco años valiosísimos, y si pasan otros cinco hipotecarán a una generación entera”, sostiene.

“Rajoy se refiere a las renovables como si fueran una fantasía. Entonces, ¿por qué Alemania está apostando tan fuerte por ellas? Allí el 27% de la energía ya es solar y eólica. Hubo un día de mayo en que supuso el 75%. ¡El coste marginal fue tan bajo que se alcanzaron precios negativos! China invertirá 82.000 millones de dólares en cuatro años para desarrollar una red de internet energética para que los ciudadanos puedan producir y compartir su propia energía. Todo esto está pasando”, subraya.


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