El Mapa de la RSE no es su territorio


La Historia de la RSE no debe repetirse: tenemos que avanzar aprendiendo de nuestros errores y aprovechando las experiencias positivas como palancas de cambio. No son necesarios más debates terminológicos sino debates sobre los mecanismos útiles a nivel macroeconómico, a nivel empresarial y a nivel ciudadano para incentivar las prácticas responsables.

07 de febrero de 2012

UCM Blogs. Helena Ancos. - La RSE, en su relativamente corta trayectoria, ha pasado por muchas vicisitudes. Su historia nos ha enseñado en primer lugar, que la voluntariedad de la RSE, avalada por empresas, instituciones, gurús y las Biblias de la RSE, se vendió como un  dogma, una condición sine qua non para que prosperara en la práctica empresarial. Y ha sido la fuerza de los acontecimientos económicos la que ha depuesto la regla de la no obligatoriedad.

Tras las catástrofes medioambientales de Bhopal, Exxon Valdez, o Chernobyl, por poner unos ejemplos, la penetración del concepto de Responsabilidad Social Empresarial vino de la mano de las empresas multinacionales. Y fundamentalmente por dos razones: por una parte, porque en el ánimo de contrarrestrar los posibles efectos negativos y la sujeción a normativas nacionales y acciones judiciales frente a los impactos negativos generados, las EMN se van a anticipar diseñando códigos de conducta en materia social y medioambiental, que aunque voluntarios, amortiguarían a corto plazo la oposición pública a sus actividades, y paralizarían posibles iniciativas gubernamentales de exigencia de responsabilidades. Pero al mismo tiempo, como dijo en su día G. Núñez, la propia estructura de gestión de las empresas multinacionales va a actuar como un  catalizador de la difusión de buenas prácticas empresariales, al contar con estructuras de gestión más desarrolladas, sistemas de contabilidad estandarizados  y estar más expuestas a potenciales represalias en su reputación empresarial.

Las empresas comenzaron a percatarse de que la puesta en marcha de políticas y acciones de responsabilidad social empresarial constituía una fuente de beneficios a corto plazo en términos de reputación e imagen corporativa, reduciendo el riesgo de oposición pública – y la amenaza de regulación- a sus operaciones, al mismo tiempo que facilitaba el acceso a nuevos mercados con mayores exigencias de desempeño o con reticencias respecto a su actuación.

Las motivaciones pues, de las EMN variaban desde la adopción de los códigos como estrategia defensiva o preactiva para alejarse de las críticas públicas, hasta estrategias reactivas, desencadenadas por ejemplos de malas prácticas por la propia empresa o empresas del sector, pasando por la implicación personal de sus directivos. Asistimos entonces a una auténtica metástasis de códigos autorreguladores que sería secundada por organizaciones empresariales, organismos internacionales promotores de la RSE, u organismos de normalización y estandarización. 

Pero el camino hacia un “segundo nivel” de la RSE no fue fácil. En 1972, la Cámara de Comercio Internacional publicó su “Guía para las inversiones internacionales” en la que se destacaban, entre otros, los efectos nefastos de un código impuesto y restrictivo, que supondría un obstáculo para la inversión internacional.

En 1974, el Consejo Económico y Social de Naciones Unidas (ECOSOC) creó el Centro de Empresas transnacionales y la Comisión sobre las empresas trasnacionales, a fin de elaborar una “serie de recomendaciones que, tomadas en su conjunto, representarían la base de un código de conducta para las empresas trasnacionales”. Esta Comisión se marcó como objetivo proponer un código de conducta para la primavera de 1978, sin embargo la noticia tuvo escasa acogida en círculos empresariales.

Pero los países desarrollados estaban en minoría en Naciones Unidas, por lo que decidieron definir su política respecto a las empresas transnacionales en el marco de la OCDE, adoptando en junio de 1976, las “Directrices para la inversión internacional y las empresas multinacionales”. A su vez, el consenso de la OCDE tuvo influencia determinante en la OIT, que en el marco de una reunión consultiva de expertos sobre las relaciones entre las empresas multinacionales y la política social, adoptó la Declaración tripartita de principios sobre las empresas multinacionales y la política social, aprobada posteriormente en noviembre de 1977.

Posteriormente, y recogiendo el enfoque de regulación vinculante para las empresas multinacionales contenido en el Informe de Desarrollo Humano del Programa de Naciones Unidas para el Desarrollo (PNUD) de 1999, las Normas de Naciones Unidas sobre las Responsabilidades de las Empresas Transnacionales y Otras empresas comerciales en la Esfera de los Derechos Humanos de 2003, incluían las bases de un mecanismo de control y cumplimiento. Sin embargo, debido a las presiones de organizaciones empresariales esta iniciativa no prosperó.

Después como sabemos, vendrían el Global Compact y el Informe Ruggie…y la crisis económica. Las prácticas voluntarias no daban resultados ni en gobierno corporativo, ni políticas de igualdad, ni medioambientales, ni en transparencia, ni en la cadena de valor donde seguía aplicándose un doble estándar en ocasiones con la connivencia de unos gobiernos locales con serias carencias institucionales.

En este contexto llega en Europa la Nueva Comunicación de la Comisión sobre RSE en octubre pasado, cuya gestación no estuvo exenta de presiones por parte de los lobbies empresariales como recordaba en Diario Responsable Pedro Ortún. La Historia de la RSE volvía a repetirse aunque la contundencia de la crisis económica y la búsqueda de soluciones compartidas acabara por imponerse.

Pero los obstáculos son aún muchos, fundamentalmente porque los incentivos del mercado de la RSE no se han desarrollado todavía. El único actor con verdadero protagonismo hasta ahora han sido las empresas. Los poderes públicos han optado hasta hace relativamente poco tiempo, por tímidas políticas de promoción; el mercado del consumo responsable tiene todavía que despegar mucho más, por no hablar de los mercados financieros.  

En este status quo, todavía inmaduro, es donde tiene que ir abriéndose paso nuestra joven RSE y todos los que la defienden, desde los departamentos de RSC de las empresas, desde el ámbito de las energías renovables, de la cooperación al desarrollo y las alianzas público privadas, desde la lucha diaria de los pequeños empresarios responsables, hasta los que trabajan por la integración de discapacitados o personas en riesgo de exclusión. Pero además, en una geometría variable de problemas sociales y económicos que van en aumento para las clases medias, la base laboral de las empresas y la asfixia de crédito para las Pymes.

Ante este panorama, ¿cuáles han de ser las prioridades para administraciones, empresarios y ciudadanos responsables?

La Economía europea está sumida en la peor recesión de las últimas décadas y las perspectivas de mejora para España son lejanas.  La RSE ha de servir para gestionar el cambio en una restructuración económica imperiosa.

Las herramientas que se apuntaban en la Comunicación de la Comisión van en la buena dirección pero no son suficientes. El cambio tecnológico y la innovación son estrategias evidentes pero la adaptabilidad de las empresas y el refuerzo de su competitividad necesitan más que nunca de casos ejemplarizantes, de reasignaciones de recursos justificadas y equitativas, de esfuerzos y reparto de cargas colectivos, de educación para  el cambio.

Necesitamos creación de empleo, inversiones productivas y aumentar la productividad.  La RSE puede ayudar a retener el talento,  y sus herramientas de gestión pueden ayudar a reinventar los negocios a través de una nueva estructura de costes, de mayor atención al cliente, nuevos canales de ventas, promoviendo la educación de consumidores, mayor eficiencia a través de un aumento de la transparencia, de los salarios asociados a productividad, de atención a los stakeholders, de innovación social…

Pero además, se precisan estrategias no sólo correctoras sino preventivas,  estrategias más proactivas que minimicen a medio y largo plazo los costes sociales derivados de los procesos de cambio.  Porque la crisis ha revelado además, como decía Bernard Shaw con clarividencia, que los riesgos son imprevisibles, y que no podemos sostener el progreso sin medir los impactos, sin una planificación estratégica a largo plazo, sin planteamientos innovadores.  La RSE dispone de las herramientas necesarias si se la permite avanzar en la dirección adecuada.

La sostenibilidad es una meta. La innovación un camino necesario; pero ninguno de los aspectos de la RSE puede convertirse en la puerta giratoria por la que se escape la responsabilidad social y nos hagan volver al punto de partida. La Responsabilidad Social Empresarial tiene dos connotaciones que cada vez cobran más valor: la primera la asunción de responsabilidades, tanto desde un punto de vista ético, penal (Vigilar o Castigar) como civil (las cada vez más frecuentes Acciones Colectivas), y reputacional. Pero el componente social tiene cada vez más peso, no sólo por los indignados, o protesters, de todo el mundo, sino porque la sociedad civil en general, cuenta cada vez más.

No podemos quedar atrapados en bucles lógicos ni en discusiones de concepto, como en aquel chiste de Chumy Chúmez que decía: “Si hubiese un referéndum sobre la pena de muerte, ganarían los buenos. ¿Y quiénes son los buenos? Los que ganen el referéndum”.

La acción social no puede ser tampoco el chivo expiatorio de los fallos en la implementación de la RSE. Pero es que además no conduce a nada positivo en el momento actual. ¿Por qué? Porque la RSE tiene delante de sí precisamente ahora más oportunidades de las que ha tenido nunca y porque más allá de discusiones nominalistas el objeto de análisis determina el método y no a la inversa. 

El mapa de la RSE no es su territorio.

Y permitidme terminar con una pequeña parábola. Entra un elefante en un bar y pide un café. El camarero blanco y estupefacto, no sabe qué hacer pero tras unos minutos le prepara el café. El elefante se lo toma tranquilamente ante la atenta mirada del camarero que desde una esquina no le quita ojo. Al cabo de un rato, el elefante le pide la cuenta al camarero y éste, sin dejar de mirarlo, le dice: “Son cuatro euros”. Y el elefante le contesta: ¿le puedo preguntar por qué me mira tanto? Y el camarero le contesta: “Es que no es muy habitual ver a un elefante en un bar pidiendo un café”. A lo que el elefante le reprocha: “¡Claro y menos con estos precios!” 

Para que no tengamos nada que reprocharnos en unos años, no nos quedemos mirándonos sino pongámonos a actuar. Pongámonos a hacer RSE de verdad.


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